Alimentos orgánicos, un camino de ida
Frutas, verduras, carnes, lácteos y sus derivados, producidos como antes, sin contaminar y recuperando el gusto de siempre, un sistema que además implica un cambio de vida.
Por Pablo Fernández
A los alimentos orgánicos se llega más o menos lentamente, pero es un camino de ida: una vez que se entiende y comprueba sus ventajas, no hay marcha atrás.
No es un recorrido fácil, implica cierta gimnasia personal de ruptura –con una supuesta comodidad, con algunos prejuicios– y de incorporación de nuevos hábitos.
La producción y el consumo de alimentos orgánicos va en aumento desde hace años. Sencillamente, cada vez más gente en el mundo se convence de lo importante de saber qué es lo que ingiere (“somos lo que comemos”) y está dispuesta a pagar un poco más por productos más sanos, en todo sentido.
En Uruguay, además, tenemos la suerte de poder acceder a ellos a precios muy similares a los de los alimentos “convencionales”. A las esperables frutas y verduras de estación (aquí no hay cámaras señores, ni los consiguientes tomates o manzanas arenosos y con gusto a corcho) hay que agregar una lista que sorprenderá al neófito: leche, manteca, queso, miel, pollo, huevos, harina, polenta, arroz, pastas, aceite de oliva, condimentos, nueces, vino, grapamiel, azúcar, mermeladas varias y hasta yerba.
¿Qué se entiende por alimento orgánico?
Son alimentos –frutas, verduras, carnes, derivados– producidos sin insumos químicos ni transgénicos. Esto es, en los hechos, sin pesticidas, fungicidas, herbicidas ni fertilizantes artificiales, algo que la producción convencional, por una cuestión de escala, rentabilidad y de modelos productivos, usa cada vez más. La producción orgánica apela a técnicas como la fertilización con abonos naturales (compost, restos vegetales) y el uso de variedades locales, que por estar en su ambiente de origen son más rústicas, más resistentes a las plagas y menos exigentes respecto a las condiciones generales de cultivo.
¿Qué ventajas tiene?
• Son productos más sanos, ya que no contienen restos de plaguicidas u otros agroquímicos. En el caso de frutas y verduras, podemos por tanto consumirlas tranquilamente con cáscara, sin tener que pelarlas sistemáticamente. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que algunos herbicidas y pesticidas son resistentes al agua, precisamente para no ser removidos por la lluvia, por lo cual pueden persistir en hojas y cáscara aún si las lavamos.
• Tienen el gusto de antes, que es, simplemente, el gusto real que siempre deberían tener los alimentos. Los tomates, por ejemplo, sorprenden por su gusto, color y textura, muy, pero muy diferente a lo que últimamente nos tiene acostumbrado la producción “convencional”.
• Suelen ser productos “de estación”, y por tanto tienen cualidades que los productos refrigerados pierden, y además se adaptan exactamente a nuestras necesidades nutritivas en cada momento del año.
• Al consumirlos estamos apoyando, con nuestro dinero, a productores que usan métodos que cuidan el medio ambiente. Al mismo tiempo, evitamos que nuestro dinero sustente métodos que contaminan el suelo y el agua (no olvidemos lo que se supo hace unos meses: que el río Santa Lucía, de donde OSE extrae el agua, está siendo contaminado con sustancias provenientes de la actividad agropecuaria).
• También ayudamos a que estos pequeños productores puedan continuar viviendo en el campo, y evitamos que en su tarea diaria deban manipular agroquímicos que a largo plazo pueden enfermarlos.
• Colaboramos, finalmente, con un sistema de producción alternativo y posible, especialmente para un país pequeño y fácilmente manejable, que debería apostar a darle contenido a su eslogan “Uruguay natural”.
¿Quiénes los producen?
En 2011 había unos 200 productores orgánicos en todo el país, según el último censo de la Asociación de Productores Orgánicos del Uruguay (Apodu). Se trata en su mayoría de pequeños establecimientos familiares, con una superficie promedio de 10 hectáreas. Los productos etiquetados como “orgánicos” deben cumplir una serie de requisitos fijados por el sistema de certificación dependiente del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca.
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